Don Quijote toma la decisión de hacerse caballero andante para librar a la sociedad que le tocó vivir, de las injusticias sociales que la asolaban. Y eso es lo que cree estar viendo al amanecer de un día, en el que al poco de salir de su pueblo acompañado de su vecino Sancho Panza, se encuentra con unos molinos de viento que para él, son los gigantes que amenazaban furiosamente a sus vecinos: tormentas, sequías, plagas, recaudadores de impuestos, …
Son precisamente de esta aventura, las ilustraciones más famosas que se han realizado de las hazañas de nuestro hidalgo Don Quijote, galopando lanza en ristre contra uno de estos artilugios que empezaban a verse por los cerros de La Mancha, y que se usaban para moler el grano sirviéndose de la fuerza del aire.

No importa el resultado de tan desigual batalla, don Quijote por los suelos junto a su caballo Rocinante, sus armas rotas y aturdido por el golpe. Lo que verdaderamente importa es ver como una persona fiel a sus ideales, se revela contra las injusticias y toma la decisión de afrontarlas aún cuando estas son muchas, con valentía. ¡No es más que un loco!, dirán muchos. Pero posiblemente es el más cuerdo de aquella sociedad conformista. La figura de don Quijote bien podría extrapolarse a la nuestra actual, que necesita de muchos valientes que, como él, se revelaran contra tantas injusticias actuales. Seguro que también les tomaríamos por locos.

Luis Miguel Román Alhambra

En la aventura de los molinos, quizás la más importante de las vividas por Don Quijote, Cervantes nos pinta como en ninguna otra, la dualidad entre amo y sirviente, entre caballero y escudero, entre el idealista y el realista.
Mientras que el caballero Don Quijote ve en los molinos gigantes a los que acometer y justicias que restaurar, Sancho ve lo que realmente son, fabulosas máquinas que impulsadas por el viento facilitan la tarea de la molienda a la sociedad agrícola del siglo XVII y que de atacarlos nada bueno podía sacarse.

El pintor José Luis Samper, describe la escena con la mayor de las maestrías porque no se limita a plasmar el paisaje manchego de esta aventura sino que profundiza en el alma humana y dibuja incluso los sentimientos que afloran en cada personaje. A Don Quijote, eufórico (hasta sin sus armas) pensando en la tremenda acometida para la que se dispone y a Sancho Panza cabizbajo y meditabundo anticipándose a la evidencia de lo que presto sucederá. Cargado con los pertrechos del caballero andante, Sancho asoma a su rostro una resignación que ya antevé el desenlace de la aventura. A Don Quijote nada le arredra, ni siquiera el dolor, como corresponde a todo buen caballero: “…y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella”.

Postura que es contrarrestada por la pachorra de Sancho con todo su sentimiento de realidad bien afianzado en el suelo: “si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Sancho-, pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse”.
Y si bien Don Quijote rió ampliamente de la simplicidad de su escudero y así “le declaró que podía muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería”, es bien notoria la actitud de Sancho para quitarse de en medio y sacudirse todo tipo de responsabilidades, concluyendo que el no se siente obligado por los libros de caballería ni a soportar el dolor, ni tampoco a pasar por las tribulaciones de don Quijote, asumiendo así con sencillez su papel de secundario.
Constantino López Pintado
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En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios qitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
-¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza.
-Aquellos que allí ves –respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merced –respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. (I P, Cap VIII)

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