Es quizás, el más conocido ilustrador de la obra de Cervantes. Paul Gustave Doré nació en Estrasburgo, el 6 de enero de 1832. Y falleció en París, el día 23 del mismo mes hace ahora 135 años. Este artista alsaciano francés, fue pintor, escultor e ilustrador. Es esta última faceta por la que es considerado, en su país, el último de los grandes ilustradores.
Entre sus trabajos, destacan las ilustraciones para El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Aunque no son las únicas, también ilustró la Biblia en 1865 y La Divina Comedia.
Por las características de su obra se ha considerado a Doré un visionario recreador del periodo medieval. En sus grabados sobre madera, muestra una Edad Media sobrecogedora y delirante, poblada de sombríos bosques, de ruinas, de masas caóticas. Estas visiones son típicas de un romanticismo tardío que llevó al campo de la ilustración de forma destacable, por encima de sus coetáneos.
Su visión de una naturaleza provista de vastos espacios, revela una atracción por lo sublime que entronca claramente con las teorías liberales de Edmond Burke.
Doré era una trabajador infatigable. Hasta el punto de afirmar en una ocasión: «¡Lo ilustraré todo!”. Además de las citadas obras: Cervantes, la Biblia y Dante, Doré ilustró a La Fontaine, Rebelais, Balzac y Edgar Allan Poe.
Además de su fantasía, destaca por su vertiente de cronista social. En sus grabados para Londres o en las escenas de sus viajes, Doré retrata su mirada sobre el mundo que le rodea. En Un peregrinaje (1872), con texto de Blanchard Jerrold, Doré nos muestra de forma realista los suburbios del Londres de la época industrial. Una de estas lúgubres visiones, “La cárcel de Newgate: el patio de ejercicios”, fascinaría años más tarde a Van Gogh, quien la pintaría en 1890.